*Mexicanos, con la muerte a cuestas
La pandemia a causa del COVID-19 en México ha dejado un elevado índice de mortalidad en la estadística de los que han contraído la enfermedad; en promedio un 20 por ciento de morbilidad tenemos, muy alto comparado con lo que ocurre en otras naciones del mundo.
Y si bien pudiera ser cierto que el Sistema Nacional de Salud ha cometido errores y mostrado deficiencias en la prevención y la atención de la enfermedad; también lo es el hecho de que particularmente en nuestro país hay aspectos que inciden de manera directa e importante en la cantidad de muertes por el coronavirus.
Uno de ellos es que la propia ciudadanía, en un muy alto porcentaje ha opuesto resistencia a las instrucciones de salud federal para evitar lo más posible esos contagios; o sea, poca atención se pone en respetar las normas de sanidad y en especial vemos resistencia al uso de cubre bocas.
No obstante, hay algo en lo que hasta ahora se ha puesto muy escasa atención y que consideramos es la primerísima razón por lo cual aquí en México la suma de decesos es tan alta; y es que la obesidad que tenemos nos que lleva a enfermedades degenerativas que, anualmente provoca la muerte de miles de personas que contraen diabetes, hipertensión, males cardio vasculares sólo por citar algunas enfermedades que nos causan mayor fragilidad ante el virus en referencia.
México es una de las naciones con el mayor índice de obesidad, quizás superado sólo por los Estados Unidos, y entonces no es para nada de extrañar lo que viene ocurriendo. Así que mientras no entendamos que debemos mejorar nuestros hábitos alimenticios, hacer del ejercicio una constante y bajarle al consumo de drogas, alcohol y productos chatarra; pues no nos andemos quejando ni echándole la culpa a otros.
Y ni siquiera es cuestión de pobreza o marginación; porque más bien ha sido en las poblaciones más alejadas de los grandes centros poblacionales donde menos víctimas hay de esa pandemia, como dijera el dicho “no le busquemos chichis a las culebras” la mayoría de los niños, jóvenes y adultos traemos la muerte a cuestas, en la espalda, por tanta porquería que nos metemos.
¿Y de quién es la culpa? aquí diríamos que es una responsabilidad compartida entre ciudadanos y autoridades, porque ni una ni otra parte han sido capaces de frenar el consumo de «alimentos» de dudosa calidad alimenticia y menos los “mal llamados alimentos chatarra”, que son la causa de esa obesidad desmedida.
Hace años que venimos siendo testigos de la puesta en marcha de presuntas medidas, sobre todo en el sistema educativo nacional, restrictivas para impedir la presencia de negocios que expenden todo tipo de basura como dulces, refrescos, galletas, papas y lo que usted guste agregar, y que se ubican en las entradas o de plano dentro de las propias escuelas.
¿Y se han aplicado? pues para nada; tampoco apreciamos campañas publicitarias que haga hincapié en los efectos negativos que provoca todo eso, para ir generando una mejor cultura del consumo y del alimento desde la edad preescolar en adelante.
¿Y por qué no se hace? pues porque se afectan intereses de poderosas empresas y consorcios que han acumulado riqueza infinita a costa de nuestra salud; o sea, pueden más esos perversos monopolios que la obligación de la autoridad por de velar por el interés de la sociedad.
Claro, pero también del lado de la ciudadanía existe el mismo grado de responsabilidad; más aún, algunas madres de familia ya sea por falta de tiempo o por flojera en lugar de prepararle a sus hijos comida sana y nutriente antes de enviarlos a la escuela, pasan a la tiendita de la esquina a comprarles jugo envasado, refresco, papitas o pastelillos y panes para que los consuman en el recreo.
Por eso somos una sociedad mayoritariamente enferma; son cientos de miles de personas las que mueren anualmente por enfermedades cuyo origen es la pésima alimentación y la obesidad; así que cuando llega el COVID-19, pues a todos esos seres humanos dañados ya por algún mal, sólo se les da el último empujoncito.
Con o sin coronavirus en nuestro territorio fallecen muchos miles de hombres, niños y mujeres cada año por tales circunstancias, y lo de menos es este fenómeno que nos agarró desprevenidos.
Cambiemos nuestra cultura en tal sentido, seamos más responsables con nosotros mismos, y las cosas comenzarán a mejorar sin mucho rollo ni escándalo; pero reiteramos, es cosa de autoridades y ciudadanos de manera corresponsable. ¿No le parece?